sábado, 14 de febrero de 2009

BIENVENIDOS AL LIBRO DE LA VIDA: LA BIBLIA




El apóstol Pedro contestó a la pregunta que les hizo Jesús: "¿Queréis acaso iros también vosotros?" con otra pregunta: "Señor, ¿a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Jn 6:68-69)"
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Desde este compromiso de los primeros discípulos de Jesús hasta hoy, ha llovido mucho. Me parece interesante publicar la obra que el Espíritu Santo hace en la vida de algunos de sus fieles hasta el día de hoy. ¿Quieres participar exponiendo tu relato?, puedes ayudar a otros. Empezaré contando algunas anécdotas que me han sucedido.

CAPITULO 1
EL PRINCIPIO

Mi experiencia con los espiritistas:
Soy distribuidor de alimentos y no sabía que uno de mis clientes estaba metido en una secta satánica que practicaba la magia negra. Se hacía llamar Francisco Montalbán Avila, aunque este nombre era de un anciano del pueblo. El operaba con identidad falsa, suplantada cuidadosamente de un ciudadano respetable, limpio ante la justicia.
Al poco de tratar con él se interesó por mi vida de una manera un tanto extraña. Me hacía preguntas privadas muy directas. Eramos mas o menos de la misma edad y como no tengo nada que ocultar, respondía a su curiosidad. Un día mencioné a Dios y le dió algo. Me dijo que jamás debía mencionarlo, que él era del otro. Solo con mencionarlo decía que ya le hacía mucho daño, que él pertenecía a una iglesia satánica que hacía reuniones cada vez en una casa distinta para no levantar sospechas. A lo cual exclamé: ¡¡¡DIOS MIO!!! Imaginaros lo que después le pasó a mi cliente....

Yo llevaba poco más de un año que me había convertido a Cristo y no sabía nada de magia negra. Sabía lo que había leído en la Biblia: No déis lugar al diablo y desde aquél día el cliente hacía proselitismo para que yo entrara en su iglesia del demonio y yo para que saliera. Nuestras conversaciones se hacían interminables. Ambos teníamos trabajo, pero demorábamos el tiempo en un esfuerzo mútuo para convencer al otro.

En mi iglesia me decían: Ten cuidado, ya oraré por tí, Satanás no puede hacerte nada, tienes al Espíritu Santo y poco más. ¿Pero qué es lo que yo debía hacer? Mi cliente me contaba cosas propias de un demente, parecía loco cuando hablaba de esto. Cuando no hablaba de este tema, parecía una persona normal.

Entre su locura me decía cosas irreales e irracionales. Sueños monstruosos y relatos que nunca sucederán. Terminó nuestra relación cuando dejó de comprarme. Para mí todo una alivio. Yo no podía denunciar nada porque sería mi palabra contra la suya y él lo hubiese negado todo.

Entre sus historias que me contaba para atraerme (en lugar de ello surgian efecto contrario) estaban alucinaciones de mandar en este mundo, exterminio mundial de la humanidad que no esté de parte del diablo, gobierno terrenal de Satanás y los suyos, un sindicato 666 que pretende unir a todas las sectas (o mentiras) para conspirar contra todos los gobiernos y ejércitos, etc. Todo ello fruto de una mente demoníaca que ha entregado su alma al Diablo y que nunca verá sus sueños hechos realidad. Por tanto, pensé que solo él podía creerse las mentiras que contaba.

Pero no era así, me mandaba chicas de su secta para tener relaciones conmigo. Yo me negué; ya se lo advertía antes que las mandara y él no se lo podía creer. Por tanto, según su religión, tenía que castigarme.

Pasaron los años después de romper nuestra relación comercial y empezaron a dolerme las cervicales y el cuello. Yo no relacionaba mi dolor con lo del espiritista que ya tenía olvidado. Los médicos me diagnosticaron erróneamente que era porque pasaba muchas horas al volante y por mi trabajo. También por esclerosis idiopática. Me tomé los fármacos que me recetaron los médicos y también aliviaba los dolores con masajes.

Un día me encontré en la calle al espiritista y se asombró que estuviera aparentemente bien. Me dijo que yo tenía que estar de baja, sin poder trabajar, que no debía haberme casado, que no debía tener hijos porque él me lo prohibió, que debía estar practicamente paralítico y encorvado con unos dolores inmensos, etc.

Me amenazó con abrir tiendas de su secta en el barrio donde yo vivía y que me harían la vida imposible. Para más sorpresa mía, se mostró enojado con un demonio, lo llamó inútil y le ordenó que luchara contra mí. Yo no creía que él pudiera mandarme un demonio para luchar contra mí, pero así fué.

Abrieron una tienda de marihuana en un local comercial del mismo bloque donde yo vivía, en Av. Diagonal, 17, de Castelldefels (Barcelona). Yo llamaba al nuevo vecino como "el de la marihuana". Éste individuo, era uno de la secta que vivía con documentación falsa, como todos los demás. Se hacía llamar Santi y decía que el motivo de abrir su tienda de marihuana era cargarse a la juventud del pueblo, en especial la del Colegio San Fernando, que estaba cerca. Era en éste colegio donde yo suministraba fruta a mi cliente, que era el que regentaba el negocio de la cocina.
Según Santi, el cocinero del colegio metía pequeñas dosis de drogas diversas en la comida de los niños para que cuando crecieran se acostumbraran más facilmente a su consumo. Ahora él en su tienda, debía recoger el fruto del esfuerzo del cocinero del colegio, que decía ser el jefe de la secta. Decía Santi que regalaba droga a los niños más espabilados del colegio y le daba para que la regalase a otros compañeros. Así nadie sospecharía que los camellos del colegio son los mismos alumnos. Así iba teniendo contacto con varios o todos los colegios del pueblo.

También abrieron otras tiendas espiritistas cerca. Ocurrió poco después de los atentados terroristas de EE.UU., que cada vez que aparcaba mi camión en la zona del Colegio San Fernando, me rajaban alguna rueda a navaja. Esto se repitió hasta unas diez o doce ruedas. Una de las amenazas del falso Montalbán era que no debía estacionar mi camión en dicha zona y cumplió la amenaza de rajarme ruedas. De nada sirvieron las denuncias que hice.

Yo recordaba las amenazas del falso Montalbán que antes no creía como una preciosa luz que iluminaba un camino a medida que iba recordando. Así me estrujé la mente recordando un relato mezclado de verdades y mentiras. Por lo visto, la luz maravillosa era un mal espíritu o demonio que el espiritista, no se cómo, me metió dentro.

Yo me sentía bien con la luz que nunca antes había experimentado. Sin yo saberlo, el espiritista se ofreció ante un mal espíritu para que buscara una víctima y se entablara una lucha a muerte entre el espíritu y la víctima que no sabía nada. En este caso yo fuí la víctima elegida y no sabía nada de lo que me estaba ocurriendo.